Un bus lleno de gente desconocida que tienen algo en común, todos vamos a Bilbao.
Mi asiento: 22, pasillo. Como no tenía música, ni tampoco la inspiración me visitaba para escribir decidí dedicarme a observar a la gente, pero sin entrar lo acosador, raro, maleducado u horripilante.
A mi lado, un hombre joven, con nariz prominente como yo, se pasó tres cuartas partes del viaje hablando por el teléfono. En un momento de la conversación dijo que él prefería estar en pasillo porque en la ventana se agobiaba demasiado, y justo en aquel momento, llámenlo destino o casualidad, la conexión se colgó.
Yo siempre he querido entablar conversación con la gente que se sienta a mi lado en los buses, creo que es interesante conocer la historia de los demás y sobre todo hacer el viaje más ameno. En mi cabeza iba ordenando las palabras que iba a vocalizar con voz amable y sonrisa añadida. Entonces recordé la última vez que intenté hablar con alguien en un bus. La semana pasada en concreto, autobús: Pamplona-Madrid. A mi lado una señora de unos 50 años con múltiples collares de oro en el cuello, sus brazos aferrados al bolso y piernas cruzadas. Yo lo intenté pero ella no parecía muy dispuesta, y no pasamos de la típica conversación sobre el tiempo.
Justo en el momento en el que le iba a hablar aquel chico, mis dientes se apretaron, mi boca se cerró y mi sonrisa se fugó. Pobre, se quedó durante todo el viaje en el asiento de la ventana.
Al otro lado del pasillo, una línea por delante, una señora mayor tenía el típico problema: el bolso. No cabía arriba porque ha puesto el abrigo y además era demasiado gordo, tampoco lo podía poner abajo porque estaban sus piernas. Después de una pequeña lucha por conseguir que el apoya-brazos se mantuviese en su sitio, la mujer colocó el bolso colgando por las asas. Pero se cayó. Lo volvió a poner. Se volvió a caer. Lo dejó tal cual. No pasó ni un minuto,cogió el bolso y lo puso sobre sus piernas. Le molestaba. Lo dejó en el suelo. Y esta disputa con el bolso duró, y no exagero, unos quince minutos, hasta que desistió y lo dejó tirado en medio del pasillo.
Cuando agoté lo que había de interesante en mi área visual, comencé a divagar sobre mis experiencias yendo en bus y saqué algunas ideas que me gustaría compartir.
1ºSi la persona que tienes delante se gira y te mira probablemente sea por las siguientes razones:
a) quiere inclinar su asiento pero antes de hacerlo comprobará si duermes porque así no te enteras. Pero si sigues despierta posiblemente no lo haga o lo haga muy despacio para que no percibas que tu espacio vital se reduce considerablemente.
b)No te conoce, pero le recuerdas a alguien y quiere cerciorarse.
c)Simplemente se aburre y, como yo, se dedica a crear historias sorprendentes a partir de la primera impresión de los que le rodean.
2ºCuando intento dormir apoyando la cabeza directamente sobre el cristal de la ventana, ésta tiembla y crea un picor insoportable en mis orejas. Raro, lo sé.
3ºNormalmente a los conductores agradecen un “gracias” al final del viaje, sobre todo si este es largo. Esto lo digo porque en un viaje de Zaragoza a Madrid me tocó en la primera fila de asientos y oía la conversación entre el conductor y su ayudante.
4ºNo ganas ni un segundo si te levantas el primero para coger tus cosas. Todo el mundo hace lo mismo y lo único que se consigue es un tapón, una situación incómoda en la que en un mínimo movimiento del bus hace que pierdas el equilibrio y te apoyes sobre un extraño.
5ºAntes de meter la maleta, hay que estar seguros que ese es tu bus, porque si no lo es, cuando quieras recuperarla se pensarán que están intentando robar el equipaje de alguien.
Buen viaje a todos.
me has conseguido sacar más de una sonrisa. la proxima vez me voy en bus a madrid.
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