La violinista de la calle está tocando nuestra canción. Las notas son seda en mis oídos y tu ausencia es la más áspera lija en mi corazón. Parece como si se hubiese colocado estratégicamente en frente de mi balcón para que me quede ensimismada mirándole cómo toca. La funda del instrumento en el suelo recoge un improvisado sueldo matinal y el perro acurrucado a los pies de su dueña es una fiera domada por la armonía de nuestra canción. Sí, tuya y mía. Esa que tú ya no escuchas por miedo a arrepentirte de tu marcha, esa que yo ya no escucho por miedo a que vuelvas a mis pensamientos más sentidos.
Pero toque quien la toque, donde sea, a quien sea y por lo que sea, siempre será nuestra canción.
precioso
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