jueves, 9 de diciembre de 2010

Asomarse al mundo


Una tarea difícil: hacer que la bicicleta, esa que pesa nada más salir de casa, se esté quieta. La usa como taburete pero en realidad es el muro el que le ayuda a asomarse al mundo. Una rodilla sobre el sillín, los brazos sobre la piedra y unos ojos intrépidos miran el mar.
Una luz de las siete de la tarde edulcora el aire e inunda las nubes de un naranja rojizo con tal vez algún toque de color caramelo poco tostado en las cortezas de los árboles. El viento enfría esas mejillas rosas y esponjosas y convierte la punta de la nariz en la bombilla de Rudolf. Los rayos del sol ya no calientan y su intensidad ya no duele.

Asómate, niño, que el mar hoy ha dado tregua, que tu madre se ha despistado, que la rueda de la bicicleta tiene como tope una piedra, que la curiosidad te invade y te llama a mostrar tu cabecita por encima del muro de la ceguera infantil.

Pero no te tires, pequeño, que el golpe de la realidad es muy duro. Sigue en tu mundo de fantasía, donde lo factible es el surrealismo, donde los amigos imaginarios son como perros fieles. No digas que ya eres mayor y no te lo creas cuando tu madre te intenta chantajear. Sé un Peter Pan temporal. Aprovecha ahora que puedes de esa inocencia regalada porque luego el mundo te pedirá demasiado y llegará un momento en que no quede nada por ofrecer. Ríe y llora. Cree en lo imposible, pícate y no respires y haz lo que te salga de dentro. Espontaneidad. El primitivismo infantil en su esencia. Respira esta ingenuidad que te impregna la piel, no cierres los ojos llenos de candor. Vive estos años de completa impunidad.
Y solo asómate un ratito, que el agua no te moje o quedarás infectado ¡Corre tierra adentro!, que las mejores aventuras son aquellas en las que no sabemos el final .

Y por desgracia en la vida te dan el fin antes de que sepas por dónde vas a empezar.